Me gusta escribir

Siempre me ha gustado escribir. Pero como con todo lo demás que me gusta, me da miedo. Recuerdo que cuando tenía unos 9 años le decía a todo el mundo que me iba a ganar el novel de literatura. Tenía una caja de sueños, de esas que se hacen para guardar en las “máquinas del tiempo” de los colegios, donde dibujaba un premio y le ponía mi nombre.

El sueño me duró por un buen rato. Cuando llegó el momento de escoger qué carrera quería estudiar, mi cabeza se fue por un claro doble programa de administración de empresas y literatura. La administración me fue implantada por mis papás, quiénes siempre me dijeron que esa era la mejor carrera que podía estudiar. De ahí para allá podía hacer lo que se me viniera en gana, pero la administración estaba sobre todas las cosas.

Comencé entonces a analizar los diferentes programas y me di cuenta que estudiar literatura me parecía aburrido. La idea terminó de morir cuando me senté a hablar con un literato en búsqueda de una chispa de motivación, conversación que terminó con el personaje diciéndome que me salvara de un barco en llamas, que de literatura nadie vivía. Hasta aquí mi sueño con las letras.

La vida me llevó por un camino totalmente distinto, pero ese sueño implantado de escribir jamás me dejó. Vuelvo a él una y otra vez, cada vez con menos miedo pero con miedo a fin de cuentas. Tal vez es mi perfeccionista interna que se rehusa a que la juzguen por algo que no hace muy bien. O, de pronto, ese síndrome del impostor que me grita una y otra vez que para escribir primero tengo que tener algo que contar.

Por dos meses he podido conectar por medio de la narrativa hablada con mas de 20 mujeres con quienes me siento más o menos una hora a oírlas hablar sobre sus vidas y sus proyectos. Una de ellas volvió a encender la llama casi extinta de mi pasión por la escritura al decirme que “todos tenemos una vida y con eso basta para que merezca ser contada” — o algo así. Tuvieron que pasar casi 10 años para que 10 minutos destruyeran la creencia limitante que había creado alrededor de mi incapacidad para interesar con mi escritura.

Primero, decidí que quiero escribir porque me gusta, no por gustarle a nadie más. Segundo, valido a diario que todos, absolutamente todos, tenemos algo valioso que contar, y que el miedo al desinterés ajeno no es mas que una emoción. Y como cualquier emoción, es pasajera. Volver a escribir es volver a esos 9 años donde soñaba con comerme el mundo. Hoy también me lo sueño, aunque me cueste más aceptarlo.